Rarezas
Aparte de ocupada, llevo una temporada rara.
Debe de ser la edad y los cambios hormonales. Es una razón perfecta que las mujeres nos podemos permitir. Ya que sufrimos la locura hormonal, por lo menos podemos utilizarla como excusa.
Me agobio por todo. Con la cosa más pequeña me enfado. Tengo mal genio, muy malo.
A veces siento que me falta espacio. Me enchufo los cascos y salgo a caminar, a paso ligero. Y siento que es como una huida hacia adelante.
Tengo mi trabajo y las tareas caseras (tediooooooosas). Y qué desagradecidas son las puñeteras. Cuando por fin acabas de ordenar, hay que volver a empezar.
Lo del agradecimiento me ha dado que pensar.
No agradecemos a los demás lo que hacen por nosotros, o por lo menos no lo suficiente. Y nadie nos agradece lo que hacemos por ellos. Me refiero a esas tareas imprescindibles, como hacer la comida, la compra o lavar la ropa.
Pero si tuviéramos que pasarnos los días agradeciendo sería una lata.
Y sin embargo, qué bien sienta cuando te lo dicen.
¡Gracias!. Es tan sencillo.
Es una gran fuente de insatisfacción e infelicidad que tu trabajo no se valore.
Recuerdo una vez, una frase.
La mujer intenta hacerle ver al marido que su trabajo en casa es valioso, que gracias a esa dedicación durante los últimos siete años sin trabajar fuera, cuidando la casa y criando a los hijos, él pudo hacerse unos cursos que le han permitido mejorar en el trabajo, hacer un viaje de estudios para perfeccionar el inglés que duró tres semanas, organizarse sin ocuparse de ninguna tarea casera, ni llevar a los niños al médico, ni acudir a reuniones escolares, ni levantarse de madrugada, ni lavar ni planchar ni fregar ni cocinar...
Y el marido responde: pero eso lo has hecho porque has querido.
Hay frases que se sienten como puñetazos.
Pero claro. Es verdad. Porque he querido.
Las decisiones que tomamos son nuestras decisiones. Aunque uno espera que los sacrificios y esfuerzos se reconozcan un poquito, o incluso un gracias de vez en cuando.
De ahí la frustración. Muchas veces no se reconocen.
Por eso mientras camino con la música sonando en mis oídos pienso: esto que hago, lo hago porque quiero, las elecciones que he hecho en mi vida, las renuncias, las he hecho porque he querido. No debo esperar agradecimiento. Quiero hacerlo así, porque creo que es lo mejor.
Y sigo caminando, más rápido, tarareando bajito. Huyendo hacia adelante.
Quizá yo tenga también mucho que agradecer y no me doy cuenta.
Debe de ser la edad y los cambios hormonales. Es una razón perfecta que las mujeres nos podemos permitir. Ya que sufrimos la locura hormonal, por lo menos podemos utilizarla como excusa.
Me agobio por todo. Con la cosa más pequeña me enfado. Tengo mal genio, muy malo.
A veces siento que me falta espacio. Me enchufo los cascos y salgo a caminar, a paso ligero. Y siento que es como una huida hacia adelante.
Tengo mi trabajo y las tareas caseras (tediooooooosas). Y qué desagradecidas son las puñeteras. Cuando por fin acabas de ordenar, hay que volver a empezar.
Lo del agradecimiento me ha dado que pensar.
No agradecemos a los demás lo que hacen por nosotros, o por lo menos no lo suficiente. Y nadie nos agradece lo que hacemos por ellos. Me refiero a esas tareas imprescindibles, como hacer la comida, la compra o lavar la ropa.
Pero si tuviéramos que pasarnos los días agradeciendo sería una lata.
Y sin embargo, qué bien sienta cuando te lo dicen.
¡Gracias!. Es tan sencillo.
Es una gran fuente de insatisfacción e infelicidad que tu trabajo no se valore.
Recuerdo una vez, una frase.
La mujer intenta hacerle ver al marido que su trabajo en casa es valioso, que gracias a esa dedicación durante los últimos siete años sin trabajar fuera, cuidando la casa y criando a los hijos, él pudo hacerse unos cursos que le han permitido mejorar en el trabajo, hacer un viaje de estudios para perfeccionar el inglés que duró tres semanas, organizarse sin ocuparse de ninguna tarea casera, ni llevar a los niños al médico, ni acudir a reuniones escolares, ni levantarse de madrugada, ni lavar ni planchar ni fregar ni cocinar...
Y el marido responde: pero eso lo has hecho porque has querido.
Hay frases que se sienten como puñetazos.
Pero claro. Es verdad. Porque he querido.
Las decisiones que tomamos son nuestras decisiones. Aunque uno espera que los sacrificios y esfuerzos se reconozcan un poquito, o incluso un gracias de vez en cuando.
De ahí la frustración. Muchas veces no se reconocen.
Por eso mientras camino con la música sonando en mis oídos pienso: esto que hago, lo hago porque quiero, las elecciones que he hecho en mi vida, las renuncias, las he hecho porque he querido. No debo esperar agradecimiento. Quiero hacerlo así, porque creo que es lo mejor.
Y sigo caminando, más rápido, tarareando bajito. Huyendo hacia adelante.
Quizá yo tenga también mucho que agradecer y no me doy cuenta.
- 200 gr de azúcar
- 200 ml de agua
- 1 manojo de menta fresca
- 100 ml de ron
- 4 limas
- 1 chorrito de nata líquida
- Helado de vainilla
¿Cómo se hace?
- Hacemos un almíbar ligero con el agua y el azúcar. Hervimos más menos 10 mn.
- Retiramos del fuego y añadimos el manojo de menta. Lo dejamos infusionar unos minutos.
- Dejamos enfriar por completo.
- Colamos.
- Añadimos el jugo de las 4 limas, el ron, la nata líquida y el helado de vainilla.
- ¿Cuánta nata y cuanto helado? Depende de lo cremoso que lo queráis.
- Si montamos la nata antes de añadirla y dejamos reposar en la nevera hasta el día siguiente, se convierte en mousse.
- Si añadimos la nata líquida sin montar, es un sorbete cremoso que se puede tomar con pajita.
- Los niños lo pueden tomar si le quitamos el ron. Les resulta muy refrescante. El sabor agridulce les encanta (a mis peques).
A mí también.